La política del vientre diez años después

Andrés Pérez Baltodano


Hace casi diez años, el 1 de noviembre del 2010, publiqué una reseña del libro El Estado en Africa: La Política del Vientre, del politólogo francés Jean-François Bayart, publicado originalmente como L’etat en Afrique: Politique du Ventre. Regreso hoy al artículo publicado en el 2010 porque, en el 2020, el libro de Bayart sigue ofreciendo luces que nos ayudan a entender la naturaleza de la política nicaragüense. Juzguen ustedes, las lectoras, si nuestra práctica política se asemeja, o tiende a aproximarse, a la política del vientre que con gran rigurosidad y elegancia analiza Bayart. A continuación, un extracto del contenido de mi artículo de hace diez años:

De acuerdo a Bayart, la expresión la política del vientre es una representación metafórica del poder como un pastel que se come. Participar en la política es competir por acaparar el pedazo más grande posible del pastel de la riqueza nacional. Así pues, los camerunianos hacen referencia a los empleos públicos como “boletos” que te garantizan un asiento en la comilona del Estado. Los nigerianos hablan de “compartir la torta nacional”. En la África del Este, una fracción partidaria que se separa de su núcleo se conoce como “kula,” que en swahili significa “comer”; es decir, una fracción partidaria es un vehículo para llegar al banquete donde se reparte la riqueza nacional. Y por supuesto, el que tiene más galillo traga más pinol, como lo atestigua el ejemplo de Mobutu Sese Sek, quien, durante su gobierno en el antiguo Zaire, se embolsó nada más y nada menos que 5 mil millones de dólares.

La política del vientre, dice Bayart, no puede calificarse, simplemente, como antidemocrática o deshonesta porque no constituye una distorsión de las normas de la democracia y la honradez. Para Bayart, la política del vientre no es una desviación de estas normas; es la norma que funciona como la variable independiente a la que las sociedades africanas han adaptado los procesos y las instituciones que heredaron de sus colonizadores.

África, dice Bayart, se apropió de la institución del Estado impuesta por los europeos y la modificó hasta hacerla funcional a la política del vientre que se ha practicado en este continente durante siglos, como resultado de su particular desarrollo histórico. Algunas de las principales características de este proceso son: el endeble desarrollo de las fuerzas productivas de las sociedades africanas y, directamente relacionado con lo anterior, la débil acumulación económica y centralización política que han tenido lugar en estas formaciones sociales. Estas particularidades históricas, dice Bayart, son responsables de la “ausencia de hegemonía” en África; es decir, de la ausencia de estructuras de poder con la capacidad de crear “arcos de solidaridad” que funcionen por encima de las diferencias sociales y étnicas que dividen —a veces con la brutalidad genocida que se expresó en Biafra o en Rwanda— a las sociedades de este continente.

Puesto en otras palabras, la “ausencia de hegemonía” en las sociedades africanas denota la inexistencia de un consenso social con la capacidad de transformar el poder en un sentido de derecho y la obediencia en un sentido de obligación. Como resultado de esta carencia, las estructuras de poder de las sociedades que analiza Bayart han dependido, y siguen dependiendo, del uso de la fuerza. Estas estructuras no generan seguridad porque el poder que depende de la fuerza es siempre impredecible; ya sea por la forma caprichosa con la que ésta típicamente se utiliza; o porque el poder que se sostiene en la coerción puede pasar rápidamente—como lo atestigua la historia política de África— de un teniente golpista a otro.

Para tener éxito o, por lo menos, para sobrevivir en el juego de la política del vientre, es necesario desarrollar la capacidad para adaptarse con rapidez a los cambios que ocurren en la ubicación, la forma y los usos del poder. Pero, sobre todo, el éxito en la política del vientre depende de la capacidad de los actores para mantener buenas relaciones con los que controlan el pastel del poder, desde dentro o fuera del país. Esta necesidad hace de la política del vientre, una práctica eminentemente extrovertida que tiene muy poco o nada que ver con convicciones y valores personales. Lo que cuenta en este juego político no es lo que uno cree sino la capacidad que uno tiene para vivir como el camaleón: “cambiando de colores según la ocasión”.

Las convicciones y los valores personales son un lastre demasiado pesado y, por lo tanto, incongruente con la agilidad y el oportunismo que demanda la política del vientre. También lo son las ideologías o las filosofías políticas. Esto explica, dice Bayart, que los valores asociados a la idea de la democracia no hayan encontrado un terreno fértil en las sociedades que él estudia. En estas sociedades, la democracia forma parte de una estructura de relaciones sincréticas en las que su sentido original ha sido “africanizado”. 

En África, dice Bayart, los partidos políticos operan, simplemente, como vehículos que les permiten a los actores políticos “mantenerse en la jugada” de la “democracia”, mientras la democracia sea el juego que hay que jugar. Estos mismos actores abandonarían esos vehículos y se integrarían, sin pestañear, a un partido único centralizado, si el juego de la democracia fuese reemplazado por el del fascismo; o abandonarían por completo la idea de los partidos si la democracia fuese sustituida por un sistema monárquico absolutista. Recordemos: la política del vientre se juega “hacia afuera”, en la tarima del teatro de la democracia, o del totalitarismo, o de cualquier cosa. El cómo, o con cuál discurso, filosofía, o propuesta se obtiene un pedazo del pastel de la riqueza nacional es irrelevante. Lo importante es obtenerlo. Y si para esto hay que crear un partido, pues se crea. Y si el juego político demanda dividir el partido, pues se divide. En una frase que podría estar pensada para Nicaragua, Bayart dice “En África, tres personas hacen un partido; cinco crean condiciones para la disidencia y el fraccionalismo”.

Más recientemente, las sociedades de África han adaptado las ideas del desarrollo, la gobernabilidad, la sociedad civil y otros productos importados del exterior, a la política del vientre. En estas sociedades, los actores políticos saben que para tener acceso al pastel de la riqueza nacional deben incorporar a su práctica el discurso de la cooperación internacional, al mismo tiempo que acomodan la dinámica de esta cooperación a sus intereses.

Bayart explora en su libro los posibles escenarios del futuro de la política del vientre. Son escenarios generales porque el foco de su libro es la explicación de cómo funciona la política africana y cuáles son las principales causas de este funcionamiento. Bayart nos habla de la posibilidad —y la esperanza— de que las sociedades del sur del Sahara logren alcanzar una consolidación hegemónica conservadora, o una radical, o una moderada, que puedan poner fin a las terribles consecuencias sociales de la política del vientre en el continente africano.

Hasta aquí, el artículo que publiqué hace diez años. Permítanme hacer referencia a tres puntos que menciona Bayart en su libro. Ellos pueden ayudarnos a caracterizar la política nica actual.

Primero: El objetivo de la política en países como el nuestro es lograr un asiento en el festín del erario.

Engordarse con las tajadas más grandes del pastel nacional, o por lo menos con las migajas que dejan los más hartones, sigue siendo el objetivo que mueve a una obscena proporción de los que deciden participar en la competencia por el poder del Estado en Nicaragua. En la lucha para conseguir lo que los camerunianos llaman los “boletos” para participar en la comilona del tesoro público, no existen diferencias ideológicas significativas. Una buena parte de la dirigencia del FSLN, lo hace descaradamente, ya sea porque se atienen a su poder o porque no tienen luces para esconder sus fechorías. Ellos/as aparecen frente a las cámaras de televisión con la boca chorreada y las manos embarradas de manteca manoseando, entre cuescos y eructos, las palabras de Sandino: “El hombre que de su patria no exige un palmo de tierra para su sepultura, merece ser oído, y no sólo ser oído sino también creído”.

Muchos de los llamados líderes del sector privado son tan glotones como los hartones del FSLN, pero usan su servilleta y saben utilizar los cubiertos de manera correcta. Controlan su flatulencia o, por lo menos, la disimulan. Con rostros compungidos, por ejemplo, condenan la “piñata” del FSLN como si ellos no hubiesen nunca garroteado el pote de barro que contiene las golosinas del Estado mientras cantan “dale, dale, y no le dio, quítenle la venda, ¡porque sigo yo!”.

¿Y qué decir de la llamada oposición nicaragüense? Ellos/as, con honrosas excepciones, se atarugan de sueldos y viáticos que yo incluyo dentro de lo que hemos llamado el pastel nacional, porque la “ayuda internacional”, sobre todo la que sirve para financiar a la oposición, es más un préstamo que una donación: si la oposición llega al poder, los nicaragüenses tendremos que pagar ese “préstamo” cediendo a los Estados Unidos un poder determinante en las decisiones del Estado nicaragüense. 

Duele decir lo que voy a decir, pero hay que decirlo: ya se puede ver como algunos representantes de la juventud de abril han aprendido a degustar dentro de la oposición, las migas que los mayores ponen a su alcance. Esto hay que señalarlo, porque nadie debería irrespetar el dolor de la juventud que se sacrificó para elevar la dignidad de todas las nicaragüenses.

Segundo: Para jugar la política en países como el nuestro hay que ser ligero de convicciones.

El libro de Bayart hace referencia a una característica de la política africana que también forma parte de la nuestra. Me refiero a la elasticidad ideológica que muestran los individuos y las organizaciones políticas que participan en el banquete del pastel nacional. Piensen en los políticos mucilaginosos que llenan los asientos de la Asamblea Nacional y los otros poderes del Estado. Piensen en los políticos y las organizaciones políticas que, como la gelatina, se amoldan a cualquier cosa con tal de mantenerse en “la jugada”. Pongamos un ejemplo: ¿Quién pondría trazar una línea que represente el camino que ha recorrido el MRS sin terminar dibujando una maraña? 

Tercero: Para participar en la comelona del Estado es necesario saber cacarear el léxico político que imponen los países de los que dependemos. 

Otra de las características políticas que compartimos con los africanos, si nos atenemos al análisis de Bayart, es la tendencia de nuestra clase política a repetir como loras el vocabulario conceptual y las ideas que promueven los centros financieros internacionales y las organizaciones de la tristemente célebre cooperación internacional. Los africanos —y yo digo que también los/las nicaragüenses—, hemos desarrollado una impresionante capacidad para adaptarnos a las prioridades de cualquiera que nos pague para hacer oposición o para gobernar. Bayart usa la palabra “externalización” para hacer referencia a este fenómeno porque lo que hacemos es jugar a la política mirando hacia afuera, disfrazándonos de cualquier cosa, y repitiendo lo que nuestros patrones extranjeros quieren oír.

Compare los programas de los diferentes partidos y encontrará una cansada repetición de los conceptos y slogans que nos ha enseñado la cooperación internacional mediante mil y un “talleres de formación política” celebrados con buena comida y la infaltable “foto de cierre” para adornar las revistas de las organizaciones que pagan por los tragos. Revise, por ejemplo, el programa del PLC y lea cómo este partido se presenta como “una institución política nicaragüense que inspirada en los valores de libertad, igualdad y justicia se sustenta en el liberalismo social y progresista y con vocación republicana…”. Y, por favor, no deje de leer como la lucha contra la corrupción será una de sus principales tareas.

Lea también la recién publicada Agenda País de la Alianza Cívica en donde esta organización promete “el crecimiento económico con equidad social y sostenibilidad ambiental, con énfasis en el desarrollo del nicaragüense y la consecución de sus aspiraciones”. Sorprende que no hayan dicho “desarrollo integral” siendo esta última palabra una de las más populares entre los practicantes de la política del vientre.

El FSLN no se queda atrás y “propugna por la honestidad administrativa del Estado y la consolidación y desarrollo de la sociedad civil por medio de la participación activa de los ciudadanos en la elaboración, ejecución y supervisión de las políticas públicas; propugna y defiende un proyecto económico y social solidario en armonía con el medio ambiente y las necesidades espirituales del hombre y de la mujer”. 

En fin, leer uno de estos programas es leerlos todos y no aprender nada.

¿Cómo salir de todo esto?

Para Bayart, el pobre desarrollo de las fuerzas productivas de los países africanos se traduce en la ausencia de estructuras de poder hegemónicas que faciliten la integración social y la institucionalización de un sentido del bien común en esas sociedades. Esto mismo puede decirse de Nicaragua. 

¿Significa esto que debemos esperar a que se desarrollen nuestras fuerzas productivas para ponerle fin a la “política del vientre” que amenaza con devorarnos a todas? Mi respuesta es: No. El ejercicio organizado de la voluntad –de una voluntad reflexiva y no simplemente heroica– puede acelerar la dignificación del sistema político nicaragüense. Hablaremos de esto en las próximas semanas.