El maniqueísmo político reduce la realidad salvadoreña a una telenovela mexicana

Se entiende que el dramaturgo griego se estaba refiriendo a la guerra como conflicto armado, pero el término se podría extender a cualquier pugna o disputa en la que dos bandos o facciones, en un intento por prevalecer sobre el otro, enmascaran o maquillan la verdad, a su favor.

Como en otras parte del mundo, en El Salvador se libra una guerra mediática de grandes proporciones, potenciada por la presencia que el presidente Nayib Bukele tiene en los medios de comunicación nacionales e internacionales, así como en las redes sociales.

El fenómeno Bukele, le llaman algunos, y suena fuerte tanto en El Salvador como en otras naciones de la región. Unos lo aclaman y otros lo desprecian.

Bukele llegó al poder arrolladoramente en junio de 2019, aprovechándose del hastío y decepción que la población sentía (y sigue sintiendo) de los otrora partidos poderosos: el izquierdista Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) y la derechista Alianza Republicana Nacionalista (Arena). De estos dos partidos solo queda una caricatura desdibujada de lo que un tiempo fueron.

Algunos medios ubican a Bukele en el espectro de la derecha neopopulista, dado a la grandilocuencia: todo lo que hace su gobierno es lo más grande y mejor en la región. Y desde aquel 2019 ha logrado afianzar un apoyo fervoroso y sostenido de la mayoría de la población, por el orden del 80 %, según las encuestas serias.

Ahora está claro que el presidente gobierna con un marcado estilo autoritario, en un país donde nada se hace sin su venia, según se oye y se ve. Un país que, así como va, corre el riesgo de desembocar en una dictadura propiamente dicha, parecida a la de la vecina Nicaragua, aunque con un signo ideológico diferente.

Bukele es odiado y querido con la misma intensidad y pasión, en un país polarizado al extremo.

Las refriegas político-mediáticas son brutales y despiadadas en El Salvador, y sus consecuencias se materializan en agrias enemistades, incluso dentro de las mismas familias.

Los hermanos Araujo, por ejemplo. Ellos son conocidísimos en el jet-set político local, con fuerte presencia en los medios y en las redes, pero con visiones opuestas.

Recientemente se disculpó con su audiencia y con el país porque su familia produjo a Carlos, a quien tildó de idiota, alguien que no tiene ni para la gasolina, se mofó.

Carlos hace sus propios méritos para ganarse las silbatinas en las redes. Ha sostenido que las familias salvadoreñas estaban mejor económicamente cuando las pandillas hacían de las suyas.

Walter Araujo, nacido de las juventudes areneras en los 80, es ahora una suerte de ideólogo de Nuevas Ideas, el partido del presidente. Y es también un claro ejemplo del fanatismo político y el maniqueísmo que prevalece en el país: o todos están con Bukele o en contra de él y del “proceso de transformación en El Salvador”, pareciera ser el eslogan.

Del lado contrario, desde la oposición, sería: o todos están con la oposición o a favor del dictador.

Walter Araujo suele comentar, en su programa, que si llegara a ganar la oposición en algún momento (como lo anhela su hermano “Esperanzo”), inmediatamente se liberaría a los pandilleros capturados en el marco del régimen de excepción, una política bukeleana de mano dura iniciada en marzo de 2022, la cual logró desarticular las temidas pandillas.

La gente de a pie, la que sufría en carne propia los crímenes de los pandilleros, agradece eso a Bukele, y por esa razón votaron nuevamente por él en 2024 y muy probablemente lo harán en 2027, si se lanza de nuevo al ruedo electoral, ahora que tiene luz verde legal.

La bancada oficialista, que tiene el control de la asamblea unicameral, cambió una norma constitucional, el 31 de julio, para que se permita la reelección indefinida (con dedicatoria a Bukele, claro está), una movida considerada “de manual” de quienes han querido perpetuarse en el poder.

El apoyo hacia Bukele sigue vivito y coleando, por haber sacado de escena a las pandillas. Pero eso ha tenido un alto costo.

Más de 85,000 personas han sido capturadas bajo el régimen de excepción, y si bien se entiende que la mayoría son en efecto pandilleros, el mismo gobierno ha liberado ya a unas 8,000, por no encontrarles méritos para seguir encarcelados, pero muchos otros siguen presos.

La de liberar pandilleros, si llega la oposición al poder, es una de las falsedades que el oficialismo propaga, como arma de manipulación política, repetida por los troles y los megáfonos políticos que rodean al mandatario “más cool del mundo”.

En realidad, lo que realmente se ha exigido es que se libere a quienes han sido encarcelados injustamente, sin ninguna evidencia más que, por ejemplo, una llamada anónima a la policía para denunciar a alguien de ser pandillero.

El némesis de Walter Araujo, en el otro extremo del espectro maniqueísta, bien podría ser Miguel Fortín, un psiquiatra con ínfulas aristocráticas que entre sus críticas más estrafalarias al bukelismo está la advertencia de que el presidente quiere convertir a El Salvador en un país musulmán e imponer la ley islámica.

Ese fue el análisis de Fortín sobre una nueva ley cero alcohol entre conductores, promovida por Nuevas Ideas y aprobada en diciembre de 2024.

Que Araujo y Fortín se aborrecen mutuamente es decir lo menos. Por lo que se dicen el uno al otro, en los programas de YouTube, se diría que se quieren despellejar vivos.

Con el apoyo de la inteligencia artificial, sería divertido ver a esos dos personajes compartiendo momentos espontáneos juntos, ora ayudando a una viejecita a cruzar la calle, ora divirtiéndose en el tagadá, como esos videos ficticios y desenfadados en los que Donald Trump se va de farra con Vladimir Putin, botella de vodka en mano, y luego se incorpora a la fiesta Kim Jong Un.

Lo cierto es que en el conflicto mediático, en el que Bukele es alabado por unos (los más) y odiado por otros (los menos), la realidad va quedando enterrada bajo toneladas de mentiras, medias verdades, datos maquillados, opiniones sin fundamento y un largo y penoso etcétera de truquillos de poca monta de los bandos enfrentados: los bukeleanos y los opositores.

En el campo opositor, no obstante, aún hay un reducidísimo número de personas sensatas, contadas con los dedos de una mano, que todavía mantienen su autonomía de pensamiento y no se dejan arrastrar por consignas baratas de oenegés, activistas y políticos opositores oportunistas. Critican al gobierno pero también a la oposición, con la misma ferocidad. Bessy Ríos es quizá la más combativa en ese cerrado círculo.

Pero en general, el debate político local se reduce a una burda dicotomía fanatizada, propia de telenovela mexicana del estilo Televisa.

En esos programas, digamos Thalía (en Marimar, de 1994), la protagonista, siempre es buena, noble, leal y bondadosa, y nunca tropieza con una bajeza humana, como la traición o el rencor. La antagonista, por el contrario, siempre es malvada, lista a clavar el cuchillo en la espalda.

Así sucede en El Salvador fanatizado y maniqueísta.

Todo lo que hace el gobierno es perfecto y productivo para el país y su gente, así lo ve el ejército de seguidores del oficialismo, que se niegan a ver la oscurana que hay detrás (corrupción, por ejemplo). Y todo es ruin, vil e infame, desde la oposición. Igual que en las telenovelas mexicanas.

Y viceversa: la oposición, con sus propias contradicciones y cadáveres putrefactos en su armario, cree que todo lo que dice o impulsa alguno de sus voceros o personajes más emblemáticos es la verdad revelada, y quien se atreva a cuestionarla es porque es un vendido al bukelismo. Es un mundillo perverso de los buenos contra los malos.

Se pasa por alto, ya sea por pura holgazanería intelectual o por mala intención (o las dos cosas), que la realidad no es una telenovela de Televisa.

Ya se sabe que el gobierno manipula, pero es un hecho que un sector de la oposición, la más radical, vociferante y talibana, también maquilla y retuerce la realidad, como no podría ser de otra manera. Guerra es guerra, y la verdad es la primera baja, como dijo Esquilo.

Por supuesto que hay verdades a secas, sin más, que son denunciadas con justa razón.

Que Bukele haya permitido que cientos de personas fueran capturadas injustamente, o al menos que no haya hecho gran cosa para evitarlo, es un hecho atroz, una crueldad del tamaño de una catedral. Las madres de esos muchachos aún lloran en la comunidad costera del Bajo Lempa, uno de los tantos lugares afectados con detenciones grupales, esperando verlos libres algún día.

Recordemos que nada se mueve sin la venia del presidente, según se dice. Y él pudo haber ordenado, por ejemplo, establecer algún mecanismo de verificación de las denuncias anónimas u otra medida que evitara las capturas ilegales y las violaciones a derechos humanos en el contexto del régimen de excepción.

Hay sospechas de que no mover un dedo para detener esos abusos fue adrede, con el propósito de infundir miedo a ser detenido, como medio de control social y de guerra sicológica.

El caso es que, alrededor de las denuncias de capturas de inocentes y otras verdades evidentes que salpican al gobierno, los opositores lanzan también cualquier bobería, por muy peregrina que parezca, como lo del país musulmán y la ley islámica.

La actitud pareciera ser la de criticar sin ton ni son, como un adolescente que se masturba un día sí y otro también, varias veces al día, sin ponerle mucha mente, solo porque sí.

¿Bukele inaugura un puente, bonitamente iluminado? Muchas luces y se va a caer, grita la oposición. ¿Inaugura un nuevo mercado moderno? Parece centro comercial, le cuestionan y hasta postean láminas volando por los aires para evidenciar que una tormenta reciente desarmó parte de la nueva estructura gubernamental, aunque la lámina voladora haya sido fake.

Con ese nivel intelectual en el análisis, pregonado por los mismos analistas, la oposición no logra gran cosa.

Francisco Valencia es un reconocido periodista, de la vieja guardia, director del diario CoLatino. Recientemente, en una entrevista en TVX, que acoge a los opositores más virulentos, se preguntó por qué el gobierno no resuelve algunos de los problemas más urgentes del país si la recaudación fiscal aumentó un 8,1 %, entre enero y julio.

Resulta que ese aumento en la recaudación, que es una buena noticia, representó solo 384 millones más en relación al periodo anterior, enero-julio de 2024.

Valencia no logra entender tan insondable misterio. Como si ese incremento de 8,1 % va a resolver las enormes carencias financieras del Estado.

Distorsiones de ese tipo se oyen a cada rato en TVX, cuyo entrevistador no se anima a cuestionar, pues está feliz simplemente con que se critique así, a lo loco.

En julio, México detectó una avioneta con 428 kilos de cocaína frente a las costas salvadoreñas. Y un funcionario mexicano dijo que venía “procedente de El Salvador”, aunque el comunicado oficial subrayaba que se ubicó a 200 kilómetros al sur de “San Salvador”, en lugar de decir de El Salvador.

Quizás el funcionario, un idiota que no reconoce la geografía de Centroamérica, pensaba que El Salvador es tan grande como para creer que 200 kilómetros al sur de la capital aún es tierra firme, cuando en realidad es ya el océano pacífico.

El caso es que en esos programitas de YouTube salvadoreños, donde llegan los mismos analistas (tipo TVX), la algarabía fue inmediata e inmensa.

Los opositores más radicales y verborreicos se apresuraron a comentar que lo más probable era que Bukele era el narco, el dueño del alijo y, básicamente, lo dieron por hecho.

Y hasta la prensa más seria repetía que la carga procedía de El Salvador, aunque sin acusar directamente a Bukele. Incluso un laureado periodista se deslizó en esa cáscara de banano, probablemente empujado más por el hígado que por el cerebro.

Más tarde México aclaró que la avioneta pasó frente a las costas salvadoreñas, no había salido del país, y el asunto quedó zanjado.

Pero antes de esa aclaración, la oposición más desenfrenada seguía alegre con esa narrativa, sin evidencia.

Uno de los voceros de esa teoría conspirativa, de que Bukele era el del alijo, fue Ronald Umaña, un fulano que en los años 90 estuvo al mando del PDC y fue vicepresidente de la Asamblea Legislativa.

En aquellos años, Umaña no era un personaje muy querido en el país.

Por lo que se publicaba de él, su historial se podría resumir así: era un aprovechado, un licencioso y un hábil atracador de los dineros públicos. Un sinvergüenza, en resumidas cuentas.

La revista Proceso, de la Universidad Centroamericana (UCA), publicó en mayo de 1999 el artículo ¿El ocaso de Umaña? Y en las primeras líneas se leía: “Desde que Ronal Umaña se hizo de la Secretaría General del PDC no hay noticia referida a ese partido que no lo convierta en un protagonista vergonzoso. La última información difundida acerca de este oscuro personaje se convertiría, de ser cierta, en la prueba más contundente de un secreto a voces harto conocido: que el único interés de Umaña en la política es el dinero”.

Umaña desapareció del radar político por un periodo largo de tiempo y hasta hubo quienes lo creían ya fallecido, gozando de la presencia del Señor.

Pero un buen día, el político reapareció de la nada, en el programa de entrevistas de Neto López, en el Canal 21.

Y desde entonces, no se sabe muy bien cómo, la oposición lo considera un hombre de bien, uno de los suyos, un luchador por la justicia, la libertad y la democracia y el propio Umaña ha aceptado con humildad ese rol. Está fundando un partido, Cambio Total, para restablecer la democracia en el país, dice.

Hay quienes piensan que la culpa del regreso espectacular de Umaña es únicamente de Neto López.

Fin