Dicen mis hermanas y amigas que el deseo de ser madres se siente y se vuelve como una obsesión. Yo nunca sentí eso.
Y no, no es trauma. Estoy sinceramente satisfecha de la decisión que tomé. Para la mayoría de la gente es muy difícil entendernos a las mujeres que no deseamos tener descendencia.
Después, mi convicción se fue profundizando y encontrando otros elementos de fondo para justificar mi decisión de no reproducirme, como el hecho de considerar al “homo sapiens”- a la especie animal que pertenecemos, aunque no nos guste reconocernos como tales- como un ser que ha concebido la vida en el planeta como propia.
Somos una especie depredadora, egoísta, egocéntrica, envidiosa, entre otras cosas que no me gusta reconocer ni en mí, ni en el resto de la especie. También diremos que somos amorosos, sensibles, solidarios. Ambas definiciones son ciertas, pero para mí, pesó más lo negativo que tiene la especie humana, cuando tomé conciencia en lo más profundo de mi ser sobre el tema de la reproducción.
Además, me considero con el derecho de sentirlo y expresar con orgullo que sobreviví sin conflictos el peso cultural y social sobre mi decisión de no ser madre. Ante tanta insistencia, mi respuesta fue siempre la misma: no quiero, cuando podía y ahora digo, no quise y considero que fue la mejor de las decisiones que he tomado en mi vida, más aún cuando la gente me decía “te vas a arrepentir cuando seas vieja”. Ya estoy vieja y no me he arrepentido.
Tampoco es que no me gusten los niños o las niñas. Siempre tuve buenas relaciones con estos seres espectaculares que dicen lo que sienten, mientras el sistema los prepara para que piensen sientan y digan lo que el modelo desea. Por el contrario, empecé a observar a las mujeres que tenía cerca que eran madres y no recuerdo que a muchas de ellas les gustaran los niños o niñas. ¡Qué contradicción!, pensaba. Algunas me decían, con desdén, que ellas no “eran niñeras”, como yo, pero les encantaba llenarse la boca de que eran unas grandes madres sacrificadas.
¡Ah, el sacrificio! Otra palabra terrible para mí. La escuché a todas las mamás que conocí y conozco decir con orgullo, cómo se sacrificaban por sus hijos o hijas. Y decir que esos hijos eran la razón de su vida. No una me dijo, tu vida no tiene sentido porque no tenés hijos. Esto lo he considerado particularmente terrible y propio del egocentrismo humano: sentirse superiores porque se reprodujeron y vieron sus marcar en los rostros de su descendencia. Nuevamente constaba mi pensamiento de joven: ¡qué egolatría!
En estos párrafos me he referido a mí decisión y la observación de mujeres como yo, que fueron madres o no, por convicción y no por obligación como en la época de mi madre que no había manera de protegerse, uno por la influencia de la iglesia, dos, porque los métodos anticonceptivos no habían sido probados con éxito; tres por ignorancia sobre el uso de métodos anticonceptivos; cuatro porque a pesar que desde la época de los conservadores existía el aborto terapéutico, la iglesia pesaba más y cinco porque cuando una tiene relaciones sexuales con un hombre sale embarazada y punto, te protejás, querrás o no.
De hecho, las mamás de nosotras, eran más buenas porque no les importaba cómo le salía el hijo o hija, ya que la mayoría somos producto de “accidentes biológicos” y no tenían expectativas, te criaban como decía la iglesia, pues dios lo había querido y no ella o su papá, y así tenían a sus vástagos, no por decisión como mí generación, cincuentona, profesional y con empleo.
A las mamás de mi entorno sí les importaba cómo les saliera el hijo o hija: inteligentes, estudiosos, bonitos, saludables. Invertían en ellas y ellos para el sistema, para que tuvieran “éxito”, que tuvieran lo que “ellas no habían tenido”. Invertir en los hijos e hijas era un sacrificio de ellas y no del sistema que luego se aprovecharía de tantas personas educadas para trabajar en sus empresas sean públicas o privadas, sin costo en su formación ¡Qué bueno que es el sistema!
Este es el doloroso círculo de la reproducción para mí: tener hijos para el sistema, para que trabaje para él, no para la felicidad de la especie. Un sistema que coarta el sueño de millones de personas que solo quieren vivir por vivir, sin presión de ningún tipo, que quieren ser artistas sin la presión de sentirse fracasados porque no generan dinero para comprar lo que no necesitan; que desean ser pintores de arte sin sentirse culpables por no aportar dinero para comprar un carro o una casa; que quieren ser naturalistas para observar lo bello de su entorno natural, sin sentirse raros porque no les gustan los edificios enormes de las ciudades; que quieren ser escritores sin sentirse que deben escribir un best seller para tener éxito y hacer dinero, si no escribir lo que quieren sin el peso de que guste o no guste.
Sólo pido respeto para nosotras, las que no tenemos hijos y nos sentimos súper bien, sin ese halo de grandeza que tienen las mamas.
En fin, por este concepto de vida, que es el que prevalece, no me quise reproducir. Simple y sencillamente. Suficiente conmigo para retar este mundo cada día, pero consciente de lo que es, sin sueños, ni utopías de que esto cambiará.
Esta es mi historia, lo cual no significa que deje de admirar a millones de mujeres en el mundo que se reproducen por cualquier razón. Sólo pido respeto para nosotras, las que no tenemos hijos y nos sentimos súper bien, sin ese halo de grandeza que tienen las mamas.
Si de algo sirve esta reflexión para las mujeres jóvenes que no quieren ser madres, pero sienten el compromiso social de serlo, les digo: se es feliz y una se puede sentir realizada como persona sin necesidad de ser madre. También es liberador el hecho de no cargar con las frustraciones de otro ser humano “en un mundo que funciona tan mal”.