Si hace 39 años el sandinismo en Nicaragua fue la esperanza de que una revolución de izquierda emancipara a las grandes mayorías de pobres; hoy, el sandinismo, encabezado por Daniel Ortega, ha puesto en una disyuntiva ideológica al movimiento de izquierda internacional, luego de gobernar con mano de hierro al mejor estilo fascista durante 11 años, igual o peor que el gobierno dictatorial de Somoza que ayudó a derrocar.
Durante este periodo, el otrora gobierno revolucionario, ha implementado en este periodo un régimen de carácter familiar, clientelista y neoliberal.
Familiar porque hizo vicepresidenta a su esposa Rosario Murillo, dueños de canales de televisión pro gobierno a seis de sus ochos hijos, a otro le dio la administración de la compañía privada que distribuye la gasolina que provee Venezuela y un octavo que se desempeña como asesor para la promoción de inversiones del gobierno; clientelista porque creo una política de regalías a sectores pobres para comprar voluntades y fidelidad a sus políticas, que resultó en un fracaso al suspender esa ayuda en su segundo mandato (2011-2016) y neoliberal porque ha gobernado con y para la empresa privada, en detrimento de la calidad de vida de las mayorías.
Dieciséis años pasaron, desde aquella derrota electoral de la “revolución sandinista” de febrero de 1990, cuando el sandinismo perdió el poder, para luego retomarlo, con Daniel Ortega a la cabeza, en el 2006 y para no soltarlo hasta la fecha con tres periodos consecutivos, producto de haber violado la constitución que prohibía la reelección en un país cansado de dictadores que una y otra vez han tomado el poder por la fuerza.
Atrás quedaron los ideales del sandinismo de justicia social. Con Ortega otra vez en el poder se impusieron las siguientes políticas neoliberales para gobernar: entreguismo a las transnacionales de los recursos naturales para la explotación minera a empresas canadienses y estadunidenses; aprobación de empresas de maquilas a más del 70% de empresarios estadunidenses, bajo políticas que benefician la explotación sin límites del sector obrero; la aplicación de políticas macroeconómicas del FMI, sin mediar los intereses del país; la ampliación de la brecha de clases, producto de las políticas neoliberales de hacer más ricos a los ricos y más pobres a los pobres; la alianza de gobernar con el gran capital y la jerarquía católica, para quienes se comprometió a legislar en contra del aborto, afectando así los derechos más elementales de las mujeres consignados en las declaraciones de las Naciones Unidas.
Asimismo, ha implementado políticas anti migratorias para impedir el paso por el territorio a miles que aspiran a llegar a Estados Unidos, congraciándose así con su histórico enemigo; aprobó la Ley 840 del Gran Canal, que no es más que una ley que entrega al país a un supuesto empresario Chino; la cúpula cercana al régimen se ha enriquecido al amparo de la corrupción tanto en el manejo de la ayuda venezolana que ha dado ventajas de pago para abastecer de petróleo al país y que es administrada de forma discrecional y privada por la familia Ortega-Murillo; entre otras decisiones y políticas que ubican a este gobierno como de orden derechista y fascista, es decir totalitario y antidemocrático.
Lo anterior muestra a un partido, que lejos de gobernar con políticas de lo que se entiende por “revolucionario” o “izquierda”, ha sostenido su régimen co-gobernando con y para el gran capital y las transnacionales, en un país que ha crecido a un ritmo del 4.5%, según la CEPAL, uno de los más altos de la región.
Pero, que contrasta con la mayoría de la población que continúa mermando su calidad de vida, en un país que el empleo informal supera el 75%, según el Consejo Superior de la Empresa Privada, COSEP; el costo de la canasta básica es de US$410 dólares según el Banco Central de Nicaragua y el salario mínimo es de US$144, el más bajo de la región, según el Ministerio del Trabajo de Nicaragua; sumado a que él éxodo en busca de menores perspectivas hacia otros países no cesa.
Durante el regreso del sandinismo con Daniel a la cabeza, la población fue observando casi en silencio, las transformaciones de los líderes revolucionarios en grandes capitalistas; mientras el discurso y la práctica no coincidían y un gran número de personas, principalmente provenientes del sandinismo se levantó, luego de la masacre a los primeros estudiantes en rebelión aquel fatídico abril.
Los pueblos y barrios bastiones del sandinismo, armados con piedras y bombas caseras, se plantaron en una lucha sin cuartel contra la Policía primero y contra las fuerzas paramilitares organizadas al calor de la lucha por el gobierno, en una guerra desigual que a la fecha el gobierno ha logrado sofocar; mientras la población otra vez conspira para el próximo golpe. La población nicaragüense es así: aguanta, aguanta y cuando ya no puede más explota como un Tsunami que no avisa cuando revolverá el mar con su furia.
Una de las características del sandinismo fue su cercanía con las bases de población que les apoyaban, sin embargo, ya desde finales de los años 80 cuando todavía la revolución respiraba, la alta dirigencia sandinista se había distanciado de su población meta. En teoría la riqueza de un partido revolucionario o de izquierda son sus militantes, de ahí que este distanciamiento que se inició por la guerra civil primero y se profundizó con la pérdida de las elecciones del 90, fue minando la capacidad del sandinismo de retomar el poder y solo lograrlo después con las alianzas que hizo con los neoliberales para ganar las elecciones hace 11 años.
La dirigencia del FSLN se fue perdiendo en las mieles que da el poder del dinero al hacerse de éste luego de la llamada “piñata” que no fue más que la toma de los recursos del Estado para beneficio de unos cuantos dirigentes pro socialistas y dejó en manos de Daniel Ortega el partido de orientación colegiada, para convertirse en un poder autocrático, que fue absorbido por la esposa de éste, Rosario Murillo, quien empezó como asesora para la campaña del 2006 de su marido hasta convertirse, en el tercer periodo de gobierno consecutivo, en su vicepresidenta de la República.
El fenómeno orteguista-sandinista, con la rebelión de los últimos 100 días y su respuesta de terrorismo de Estado puso en la mesa de la discusión internacional, una lucha de ideas pendientes sobre el significado y el papel que juega la izquierda como alternativa al sistema capitalista.
Para la izquierda ortodoxa y anacrónica lo que vive Nicaragua es un complot de la CIA, y por lo tanto del “imperialismo norteamericano”, como fue el caso del apoyo al orteguismo del recién concluido en Cuba, el Foro de Sao Pablo; para la izquierda en constante transformación y adaptación a los cambios coyunturales de la sociedad, es una rebelión popular heredada de la lucha sandinista en contra del injerencismo, el autoritarismo y la explotación desmedida de las mayorías, que dijeron basta a la opresión que les hizo recordar lo que vivieron en épocas pasadas con dictaduras derechistas. Esta última mirada es la que han apoyado y denunciado partidos de izquierda y movimientos sociales progresistas de América Latina y Europa, principalmente.
La mesa de la discusión entre unos y otros está servida. Como hace 40 años, con la emoción de la izquierda de la esperanzadora revolución nicaragüense, hoy también ese pequeño país hace historia y pone a valorar qué tan importante es que la izquierda combine praxis y principios; o se quede meramente en el discurso emancipador, sin importar los hechos. Como dice un refrán popular: “hechos son amores y no buenas razones”. La discusión entre las dos corrientes de la izquierda internacional, está planteada. Pueden servirse, dicen los nicaragüenses, otra vez.
Fotografía por Jorge Mejía Peralta