Por María Álvarez
No quiero hacer memoria, pero quizás el escribirlo pueda sacar de mi este recuerdo, que obsesiona. De ese viaje que realicé a Tipitapa, me reprocho con frecuencia, me arrepiento con frecuencia, de esa ciudad lugar de placeres y aguas termales, donde los viajeros disfrutan el famoso pescado a la Tipitapa, reniego.
Era yo estudiante de la Universidad Centroamericana en Managua, pero la tarea había sido propuesta por los miembros del CUN, Centro Estudiantil de la Universidad Nacional, afín al Frente Sandinista. El viaje tenía un cometido preciso, me convencieron de realizar la benévola misión, de llevar a la Cárcel Modelo (en Tipitapa, poblado a 16 kilómetros de la capital, Managua), situada a la entrada de esta ciudad, a las madres de dos presos políticos: Daniel Ortega y Carlos Guadamuz, yo tenía entre 18 y 19 años y e ese momento no estaba “quemada”, así podía realizar el trayecto sin riesgo alguno.
Tomé mi viejo Mercedes Benz y llevé a las madres a visitar a sus hijos. Había realizado grandes preparativos, encargué dos pasteles volteados de piña y varios jugos para llevar de regalo. Con grandes ilusiones mandé a lavar mi viejo Mercedes Benz y llené el tanque al tope, todo estaba listo. En el trayecto cada una de ellas me manifestaba su agradecimiento, yo sentía que estaba por realizar el mejor acto del mundo y con calma fuimos transitando por la angosta carretera. Conocería a dos importantes líderes del Frente Sandinista de Liberación Nacional y además tendría el privilegio de llevar a sus madres a visitarlos.
Por fin estábamos dentro de la prisión, después de una larga espera de pie, ansiosas, esperábamos el arribo, se había retrasado más de una hora. A través de una malla los observamos llegar, la emoción de las madres era evidente, habían conseguido su objetivo, conversaban y yo permanecía lejos para no perturbar la charla. Después de más o menos una hora, la madre de Daniel me hizo un gesto para que me acercara, le señaló mi disposición y la bondad de llevarlas, la situación me parecía única, sentía que el encuentro sería algo extraordinario, pero su saludo, el agradecimiento escueto y la mirada esquiva y perdida en el infinito, quedaron fijas en mi mente, hasta hoy en día no puedo olvidarla, numerosas veces la he vuelto a observar en encuentros, fotografías y videos.
Tengo que confesar que viví el acontecimiento con gran extrañeza, pensaba ingenuamente, que como joven, el líder trataría de reclutarme para ser militante del Frente. Ahora recuerdo con tristeza a esos jóvenes que fuimos y pusimos toda la esperanza de un cambio en sus manos. Hoy, vivo ese pasado como un presagio y agradezco su desdén, pues me evitó acompañarlo por los trágicos y viles caminos por los que ha llevado a mi amado país.