Nicaragua: Un siglo de dictaduras y resistencia popular

Cuarenta y seis años de dictadura sandinista se cumplieron el 19 de julio de 2025, incluyendo tres periodos de mandatarios liberales fiscalizados por una oposición sandinista que controlaba las fuerzas militares y los poderes del Estado; igual que durante el somocismo hubo nueve periodos cortos de gobiernos dizque civiles, pero controlados militarmente por tres miembros de la familia Somoza durante sus 45 años de régimen absolutista.

Siempre se dijo que la dictadura somocista duró 45 años. Los sandinistas ya la superan. Instauraron, con la caída de Somoza en 1979, un régimen dictatorial que duró diez años copiado literalmente al de Fidel Castro en Cuba; en 1990 el sandinismo pierde el poder Ejecutivo frente a Violeta Barrios de Chamorro; de 1990 a 2001, se eligieron tres presidentes electos como representantes del Ejecutivo, pero el sandinismo, dizque opositor, siempre controló los poderes del Estado y las fuerzas de seguridad durante ese periodo. Daniel Ortega, líder del sandinismo al perder las elecciones anunció que gobernarían “desde abajo”, pero presidieron más bien “desde arriba”. 

La gente nunca se acostumbró ni a la dictadura de la familia Somoza ni a la dictadura sandinista. Ha pagado a través de este siglo con miles de muertos, desaparecidos, exiliados, presos políticos, levantamientos armados y civiles en los que ha puesto sus muertos. A 91 años, 45 de somocismo y 46 de sandinismo seguimos en lo mismo. 

(AP Photo/Jeff Robbins, File) ORG XMIT: EFX303

“Quítate tu pa´ ponerme yo”, escuché decir a un señor cuando triunfó la revolución sandinista. Mi padre y sus amigos también lo vieron. Los jóvenes no lo creímos. El pueblo en armas logró derrotar a la guardia de Somoza. Asaltando comandos de la Guardia Nacional se hizo la gente de armas; a los guardias muertos les quitaban su fusil para defenderse de otros. 

No es cierto y yo lo viví que los guerrilleros sandinistas de las fotos eran suficientes para derrocar a una guardia armada hasta los dientes. Muchos fueron los elementos que ayudaron al sandinismo a instaurar una dictadura como la de Somoza: alianzas con el sector privado a lo interno; apoyo de gobiernos y de organizaciones internacionales que les financiaban armas y entrenamiento a los no más de 200 guerrilleros divididos en tres tendencias, ni eso tenían: unidad; y una población ignorante de lo que era una democracia por la que habían derrocado a Somoza, son entre otras realidades lo que nos llegó sin pedirlo: una dictadura del “proletariado”, con dirigentes burgueses y pequeños burgueses, así llamaban ellos a los “niños de familia” de la Nicaragua de entonces y de quienes dependía la dirigencia sandinista en todas sus organizaciones sociales y militares. 

Y empezó el parecido. Cambiaron las estructuras militares sobre las del somocismo. El nuevo Ejército sandinista fue entrenado por ex guardias presos; crearon un líder único como “el general”, “el hombre”, así le decían a los Somoza y hasta en eso la semejanza es igual: “el hombre” también le dicen a Daniel Ortega.

A nivel institucional, todo se centralizó como en el somocismo. La nueva “chanchera”, llamada así a los diputados somocistas que controlaban la Asamblea, se sustituyó por un Consejo de Estado, en donde legislaban los nuevos afines al sandinismo; la Guardia Nacional tenía un sólo jefe, antes era Somoza; ahora Ortega, creaba su propio ejército sandinista. Los “sindicatos blancos” del somocismo fueron sustituidos por la Central Sandinista de Trabajadores, CST, en la ciudad y en el campo por la Asociación de Trabajadores del Campo, ATC; la juventud liberal somocista, se cambió por la Juventud sandinista; y así sucesivamente. 

Los llamados G2, de la guardia de Somoza, los jefes de la Asamblea Nacional, los ministros, eran, entre otros, los acompañantes de la tiranía de Somoza; el FSLN creó su Dirección Nacional, para dirigir todo el aparato estatal y militar. Nada cambiaba, sólo un discurso trillado y bélico, que ahora entiendo era de miedo, de peligro del retorno del somocismo. Y el somocismo había huido ante la presión popular armada y la suspensión de apoyo de Estados Unidos, su principal aliado. 

Entonces, entre consignas de terror de la vuelta al somocismo, la nueva dictadura tenía que tener su padrino fuerte también, orillando al país a una alianza con un país desconocido para los nicaragüenses de aquel entonces y enemigo de Estados Unidos: la extinta Unión Soviética. 

Con sus políticas de intervención total en la vida ciudadana durante la revolución, centenares de campesinos se alzaron en armas en contra del proceso que cambiaría sus condiciones económicas, surgiendo así, la llamada contrarrevolución, que posteriormente fue financiada por Estados Unidos y desarmada al ganar la democracia al sandinismo en 1990. 

La guerra declarada duró ocho años y al firmarse los acuerdos de paz en 1990, no hubo ganadores ni vencidos; si no una negociación que despojó de las armas a los contras. Asimismo, el padre de los Somoza también tuvo su “contra”, pues según la historia mandó matar a su compadre Augusto Sandino (general liberal que combatió a las fuerzas interventoras de Estados Unidos) y tres décadas después surgió la guerrilla izquierdista armada que se apellidaba sandinista para luchar en contra  del último Somoza que gobernó hasta 1979, derrotado por el levantamiento popular y masivo del pueblo de Nicaragua. 

Así las cosas, el somocismo y el sandinismo no terminan de parecerse y de impedir que nuevas formas de gobierno procuren a Nicaragua de un sistema libre de control político.

El sandinismo, con Ortega a la cabeza perdió tres veces las elecciones por el Ejecutivo, durante  16 años porque la población nicaragüense nunca votó para que ellos ganaran. Para hacerse nuevamente del poder absoluto, en las elecciones de 2006, el sandinismo tuvo que negociar durante esos tres gobiernos liberales lo siguiente: bajar el techo del gane a 35 por ciento; dividir a la oposición y no contar el ocho por ciento de votos en las elecciones de noviembre de ese año bajo un pacto con el liberalismo. 

En apariencia, estos años (1990-2006) se vivió dizque en democracia, pero las decisiones tomadas en lo político por el Ejecutivo dependían de la aplanadora sandinista que era mayoría en la Asamblea Nacional; a nivel militar, el Ejército, de origen sandinista, se encargó de aniquilar uno a uno a los campesinos que dirigieron la contra en los años 80 y que se desarmaron en 1990. Estos asesinatos se dieron con una suerte de impunidad que asusta. A nadie le importó y se llevaron a cabo en los 16 años de gobiernos democráticos.

En el ámbito de la participación social ciudadana organizada, el sandinista influía en todos los movimientos sociales independientes o no de ese partido que se organizaban en contra de las políticas neoliberales de los gobiernos elegidos democráticamente; en la Corte Suprema, sus magistrados llegaron a ser mayoría y lograron, a través de pactos con sus opositores, controlar ese poder del Estado y lograr limpiar la imagen del líder de ese partido, Daniel Ortega, quien en 1998, fue denunciado por violación a su hijastra, Zoilamérica Ortega Murillo. La acusación no procedió legalmente y eso le permitió continuar su control mayoritario como opositor.

Un año después, Ortega en 1999, lideró un pacto con el liberalismo y se repartieron los poderes del Estado; en el plano militar, hubo levantamientos armados en el campo durante todo el periodo “democrático” principalmente de ex fuerzas sandinistas. 

Resulta curioso que dos años antes de las elecciones de 2006, cuando Ortega y su partido ya controlaban la mayoría de las alcaldías ganadas en el 2004 en elecciones municipales, los rearmados firmaran acuerdos de paz con el gobierno de entonces (Enrique Bolaños 2001-2006) y ya con el terreno limpio de violencia en el campo da lugar para que Ortega lance su campaña de pedir perdón por los errores de la revolución de los 80; se case por la iglesia católica, otrora enemiga de la revolución sandinista, con Rosario Murillo y se dedique a una campaña casa a casa de campesinos y colaboradores de su partido para proponerles un gobierno en donde el pueblo sería “el presidente”.  

En este contexto y bajo el pacto, reinicia su poder por ganar el Ejecutivo y lo logra en esas elecciones (2006) sosteniéndolo hasta la fecha, sin menoscabo de múltiples expresiones de resistencias populares que terminaron con la violencia estatal desatada contra el movimiento popular autónomo del 2018, que dejó más de 350 muertos; desaparecidos; exiliados; presos políticos que fueron expatriados; aun cuando todavía quedan 54 por liberar.

La historia reciente de 18 años en el poder de Ortega y ahora su familia, confirma que siempre gobernaron, incluso en los 16 años de gobiernos liberales. El resto: partidos, organizaciones, empresa privada, entre otras dependencias autónomas eran monigotes del sandinismo opositor que sin apoyo popular paralizaba el país con sus organizaciones de matones a suelto cuando quería algo a su favor como niño malcriado que llora y patalea hasta que le cumplen su deseo. 

En fin, esa década y media de “democracia” estuvo plagada de control sandinista. Sus líderes de corte liberal negociaban todo con el cabecilla sandinista y se ufanaban de llevar al país hacia la consolidación de una democracia luego de las experiencias autocráticas vividas en el país. 

Sin embargo, era tal el poder de Ortega en aquellos años de democracia, que todas las instancias de cooperación externa se reunían con él como si fuera el rey del Estado nicaragüense.

Y así fue tomando el control de las municipalidades primero cuando las elecciones locales se separaron de las nacionales. Utilizó gente proba en los territorios para hacerlos alcaldes y fueron ganando plazas importantes como la capital Managua y resto de ciudades donde todavía tenían adeptos. 

Al hacerse del poder en el 2006, y controlar desde el Ejecutivo con la ayuda de todos los poderes del estado, ahora a su servicio, hizo fraude comprobado por organismos internacionales en las elecciones municipales de 2008, ganando la mayoría de las alcaldías y volviendo vitalicios los cargos de los alcaldes sandinistas elegidos, hace 17 años; los pocos alcaldes de partidos políticos que dejaron ganar en algunos territorios fueron destituidos a fuerza después del levantamiento popular que duró tres meses en el 2018. 

Con el levantamiento popular y autónomo del 2018 y las masacres realizadas por el sandinismo, el gobierno fue declarado culpable por crímenes de lesa humanidad; ha sido rechazado internacionalmente en foros democráticos; se ha aliado con gobiernos declarados terroristas y otros dizque enemigos de Estados Unidos; y aunque siempre se declare antimperialista, sigue dependiendo de ese país como su principal socio comercial; cuenta con el apoyo del Fondo Monetario Internacional, FMI; del Banco Mundial, BM y del Banco Interamericano de Desarrollo, BID; es el país que más empresas transnacionales de explotación de oro tiene en la región; entre otras políticas internacionales que le benefician para seguir gobernando, ahora sin oposición interna, a la que despojó de su legalidad y la desterró; y con el control total de las fuerzas de seguridad y de los poderes del Estado adscritas por decreto al Ejecutivo, logrando así consolidar una mafia familiar con la que gobierna sin dejar cabo suelto a nadie de su partido que no lleve la sangre Ortega Murillo.

En esta nota, descartamos hablar de las diferentes ideologías que defendieron en su momento las distintas dictaduras: somocistas y sandinistas; si no, se trata de demostrar que poco o nada cambió en las estructuras del Estado, durante los últimos 91 para considerar a Nicaragua una nación. 

Seguimos siendo gobernados como feudos por un caudillo y su familia. Ortega, otrora parte de un grupo de dirección colegiado del Frente Sandinista de Liberación Nacional, fue convirtiendo a su esposa y luego a sus hijos en el núcleo gobernante, igual que hizo el viejo dictador Somoza García con sus hijos, con quienes gobernó: uno en lo civil y el otro como jefe militar. Por lo visto a Ortega no le interesó convertir a uno o varios de sus ocho hijos en militares de alto rango; pues él es el único “comandante” sandinista que debe existir.

Si planteamos que llevamos 91 años de dictadura institucional, se puede afirmar que, a lo largo de estos años, los vicios de ambas dictaduras no han permeado en la sociedad nicaragüense.

Nicaragua se ha destacado en crear generaciones sanas desde lo social, profesional y humano, ya que no hemos estado en el radar de la violencia social, propia de Centroamérica y la región. 

Nuestra violencia siempre ha sido política, por resistirnos una y otra vez e intentar cambiar lo que se ha anidado como una norma institucional desde un modelo dictatorial. A pesar de eso, hemos logrado ser una sociedad sana al margen de esos sistemas amorales y déspotas que nos han gobernado. 

¿Por qué me atrevo a afirmarlo?, porque nunca he salido de mi país desde que nací hasta que me echó el régimen sandinista hace exactamente un año (julio 2024) y considero que mi generación, como la que me precedió, educada en el somocismo, fue una generación funcional y la que me siguió, los hijos de la post guerra de los 80, también ha sobrevivido sin ser vistos como lacras por todo lo que les ha tocado vivir: desplazamientos obligados que hemos tenido que hacer en los distintos momentos de nuestra historia. 

Ni siquiera la xenofobia costarricense ha rendido a la diáspora nicaragüense en demostrarles, en su inmensa mayoría, que es gente trabajadora en ese país. Hay xenofobia por el color de la piel o simplemente por ser nicas; pero ya es imposible no referirse a ese país hermano, sin tomar en cuenta a los nicaragüenses. 

Los migrantes nicas se destacan en otros países como profesionales, trabajadores apreciables, gente proba. Con la migración masiva resiente de venezolanos e histórica de cubanos, la diáspora nicaragüense no ha sido estigmatizada como la de los países en mención. Eso dice mucho que a pesar de que sus tres gobernantes se consideren aliados, no pasa lo mismo a nivel ciudadano, manteniendo a los nicas al margen de estigmas de vagos, oportunistas, bandidos u otros calificativos con los que se refieren lastimosamente a venezolanos y cubanos.

A nivel interno, los grupos urbanos desplazados del sistema de oportunidades no se pueden considerar como pandillas organizadas como las que existen en otros países de la región; los índices de homicidios por cada 100,000 habitantes siguen siendo de los más bajos de la región a pesar de la instauración de la violencia desde el Estado sandinista. 

La esperanza es que si seguimos nuestra actitud ciudadana sin caer en lo que quisieran convertirnos los actuales dictadores: réplicas de sus conductas mafiosas, estaremos a salvo a pesar de los costos que ya estamos pagando por resistirnos: muerte, represión, cárcel, exilio, destierro, desapariciones forzadas y vigilancia permanente.